Me había olvidado, era eso.
Jamás de lo que se sentía. Nunca de lo que dolía el alma al pensarlo.
Mucho menos, de lo duro que era levantarse una vez más.
Me había olvidado, el sabor característico de las lágrimas cuando rozan los labios al caer.
Me había olvidado, la fragilidad que supone una mirada nublada, acompañada por un nudo en la garganta de alguien que se quedó sin palabras.
Me había olvidado, lo fuerte que aprietan los labios para no pronunciar heridas.
Me había olvidado cómo abraza la impotencia.
Caigo, pero el impacto espera para hacerse sentir.
Me había olvidado, era eso.
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